
12 Ago La “traición” de Metallica
A 30 años del lanzamiento del aclamado “Album Negro”, un recorrido por los inicios de la banda estadounidense que pasó de ser de culto a llenar estadios, y que se adelantó a la explosión del grunge
La historia del heavy metal habría sido muy diferente sin Metallica. Gracias a ellos, en los ‘80 el género volvió a ser tomado en serio y en 1991, con la edición de Metallica –conocido como el Álbum Negro– se convirtieron en una de las bandas pesadas más grandes del planeta. De la mano de los californianos, el metal finalmente llegó a las masas.
Desde que el guitarrista Ray Davies tajeó con una hoja de afeitar su amplificador para lograr el sonido característico del máximo éxito de la carrera de The Kinks, You really got me de 1964, el rock and roll fue profundizando su veta más distorsionada y cruda. Cinco años después, Paul McCartney llevó a The Beatles al extremo con Helter Skelter, que terminaba con Ringo Starr gritando que tenía ampollas en los dedos: en su vida había tocado con tanta fuerza.
En los ‘70, Led Zeppelin, Deep Purple y Black Sabbath –la Santa Trinidad del rock duro- sentaron las bases de un estilo que a lo largo de la década desarrolló diferentes vertientes, pero siempre manteniendo los mismos elementos en común: una base rítmica machacante, guitarras sucias a todo volumen y potencial vocal importante, ya sean alaridos, gritos o voces guturales.
Para los ‘80, el heavy metal se había vuelto demasiado colorido para las clásicas huestes de negro. El glam o hair metal convirtió esta música en una parodia de sí misma. Tomó elementos del pop y cambió el look oscuro por exceso de maquillaje y spray. Las letras no cuestionaban el statu quo ni apelaban al shock –ya ni siquiera asustaban-, sino que hacían culto de los excesos, pero también del amor. La aparición de las llamadas power ballads, baladas con un tempo lento con un alto contenido emocional que van creciendo en intensidad, les permitió a estas bandas sonar en la radio y vender millones de discos.
Metallica, pese a ser contemporáneos al glam metal, optaron por un camino distinto, no comercial y, por lo tanto, más difícil. Fundada en 1981 en Los Ángeles por el cantante y guitarrista James Hetfield y el baterista Lars Ulrich, fueron artífices de un nuevo subgénero, el trash metal, que fusionaba las complejas estructuras creadas por la nueva ola de heavy metal británico de fines de la década anterior (Iron Maiden, Mötorhead) con la velocidad del hardcore californiano, la versión más acelerada, agresiva y nihilista del punk. Junto a Megadeth, Slayer y Anthrax, crearon un estilo que cautivó a los fanáticos más acérrimos del rock duro, lejos de la música popular de la época. Las canciones eran extensas y rápidas, llenas de solos y riffs y, sobre todo, muy pesadas, pero también tocaban temas que el glam ignoraba, como las adicciones, la depresión, la alienación, el pesimismo y la corrupción política.
En 1986, Bon Jovi alcanzó la fama mundial de la mano de su tercer álbum, Slippery When Wet, el que tiene los clásicos You give love a bad name y Livin’ on a prayer. Ese trabajo dejaba atrás las convenciones clásicas del rock pesado y sumergía las guitarras estridentes en el universo del pop de las FM. Al mismo tiempo, Metallica publicó Master Of Puppets, considerado la obra definitiva del trash metal. A pesar de su nula difusión, fue disco de oro a tres semanas de su lanzamiento y al mes se coló en el puesto 29 del ranking estadounidense. Finalmente, se habían convertido en referentes de un público que buscaba en el heavy metal una forma de exorcizar sus demonios, una audiencia para nada desdeñable, que podía llenar salas de buen tamaño. Los años en el underground difundiendo su música en cassettes grabados artesanalmente y el boca en boca habían dado sus frutos.Sin embargo, las ambiciones del cuarteto no se limitaban a convertirse en los máximos exponentes de un movimiento que, si bien había crecido muchísimo, distaba de ser masivo. Tal como señalan Paul Brannigan e Ian Winwood en Nacer. Crecer. Metallica. Morir (Malpaso, 2018): “Como los Clash con el punk o Nirvana con el grunge, Metallica procedía del thrash metal, pero nunca estuvo plenamente integrada en el género. El grupo aspiraba a conseguir la intensidad que caracterizaba al estilo, pero no estaba en absoluto dispuesto a someterse a ninguna sus restricciones creativas”.
En una entrevista con Playboy, Hammett atribuyó el resultado final del Álbum Negro a la situación sentimental del grupo: “Lars, Jason y yo estábamos en medio de nuestros divorcios. Era una hecatombe emocional. Yo intentaba quitarme de encima la sensación de culpa y fracaso, y de canalizarla a través de la música, para sacar algo positivo de todo aquello […] y creo que eso influyó mucho para que el álbum sonara así”. En el caso del guitarrista principal, esa catarsis queda en evidencia en el solo de la otra balada del Álbum Negro, The Unforgiven. Él había escrito un solo especialmente para la canción, pero no gustó y el productor lo llevó a improvisar la secuencia de notas más conmovedora de su carrera. Ningún otro solo en la discografía de Metallica tiene tanta carga emocional como ése.